jueves, 10 de febrero de 2011

PERFIL

Perfil de Marcel Rasquin, director y productor de cine venezolano



Marcel Rasquin, director de Hermano
  Un talento detrás de cámaras

Con un aspecto bohemio que quiere acercarse al límite de la seriedad, Marcel Rasquin es más que el director de Hermano (2010). Es un venezolano exitoso que ha sabido aprovechar su habilidad para comunicarse y las oportunidades que la vida le ha dado para triunfar y materializar el sueño por el que siempre ha luchado: tener una película

GRECIA TOUKOUMIDIS

Marcel Alberto Rasquin Michelena —34 años de edad— es el director del largometraje venezolano Hermano. También es un caraqueño de cabello encrespado que debe su fama al talento que ha cultivado y a la crianza que recibió en su casa. Es un soñador con los pies en la tierra, independiente y dice ser sensato como su madre. Ama la lectura, delira por las películas y admira a su pareja, la actriz Prakriti Maduro.

Su mamá, Gladys Michelena, lo define como una persona reservada y discreta. Su novia, como un ser generoso con su corazón. Y su mejor amigo y productor de Hermano, Juan Antonio Díaz dice que es muy creativo. Aunque la verdad es que Rasquin nació para ser artista, antes que para todo lo demás. “Ahora que lo veo en retrospectiva me doy cuenta que nací para esto. Mi familia materna está plagada de músicos, pintores, poetas y escritores. Los cuentos que yo leía cuando era pequeño eran sobre la vida de Picasso, de Miró y me leí El Quijote completo con mi papá antes de dormir”, recuerda con nostalgia.

Sus primeros años de vida no fueron comunes. Rasquin tardó en romper el cascarón luego de que su madre decidiera inaugurar un maternal en su propia casa para, quizás, hacer un experimento más relacionado con su profesión que con su rol de mamá: es psicoanalista y fundó la guardería para romper con el paradigma de que los niños lloran cuando van al colegio. Allí transcurrió parte de la infancia del cineasta, rodeado de familiares y siendo el predilecto en la comodidad de su hogar. También compartió con todo tipo de mascotas exóticas, que hoy en día añora con mucha gracia. “Cuando vivía en Las Palmas, tuve un pavo real y una cochina. Esa fue una parte divertida de mi niñez”.

Aunque no tuvo hermanos y sus padres se divorciaron cuando era pequeño, no fue un niño solitario. Además de los compañeros del maternal y sus primos, tíos y abuelos que merodeaban por la casa a toda hora, su papá, Carlos Rasquin, se encargó de darle días llenos de aventuras. “Yo fui el hijo del Tío Carlucho. Mi papá nos llevaba a mis primos y a mí de excursión por una semana y eran experiencias inolvidables. Disfrutábamos un montón acampando, jugando, cantando. Ese espíritu no lo he abandonado y aún hago ese tipo de viajes”.

Más de 35 milímetros

La vida de Marcel Rasquin no es una película. Es la de un mortal que triunfó y que se dio a conocer gracias a la perseverancia. “Marcel es una persona que logra todo lo que se propone y que tiene una habilidad grandiosa para comunicarse”, cuenta su mejor amigo cuando intenta definirlo.

Desde muy pequeño supo lo que quería: el cine. Primero, lo tomó como un hobbie, pero poco a poco fue entendiendo que se trataba de un estilo de vida. Además, los trabajos de directores como Quentin Tarantino, al que le debe su película preferida Pulp Fiction, y el poder de comunicación que fue identificando en el séptimo arte, lo cautivaron.

A los dos años de edad su vida cambió. No tiene recuerdos muy vívidos del momento, pero asegura que durante ese episodio supo que el cine significaba algo más para él. Una tarde, su padre llegó a la casa con La guerra de las galaxias y transformó la sala en un lugar ideal para disfrutar una película: un proyector de ocho milímetros, un sofá, cortinas cerradas y silencio. Empezó a rodar la cinta y el asombro se apoderó de Rasquin. “Mi familia me cuenta que mi cara era un poema. Cuando apareció el villano —Darth Vader— yo ‘me cague’, pero no podía apartar mi vista de la pantalla. Eso me hizo experimentar el impacto del cine”.

De allí de adelante las películas fueron su pasión. “Las coleccionaba, me las sabía de memoria, las recitaba como un loro, hasta que me sinceré y dije que sería cineasta”. Su madre no conocía esta versión: “Cuando se acercaba la época en la que Marcel tenía que decidir a qué se iba a dedicar, nos dijo que sería médico. Su papá —doctor— y yo nos contentamos muchísimo, pero un día él llegó pegando gritos y diciendo que era muy afortunado por quedar en la carrera que quería estudiar y en la universidad que le gustaba. Yo pensé que se refería a Medicina en la Vargas, pero él me salió con que Comunicación Social en la Católica. La verdad es que me impresioné muchísimo, pero lo apoyé”.

Del campus al set

Luego de graduarse de bachiller en el colegio Santiago de León de Caracas, Rasquin emprendió el camino que lo llevaría a ser un exitoso comunicador social. En la Universidad Católica Andrés Bello (UCAB) conoció a sus fieles amigos Juan Antonio Díaz y Edgar Ramírez —actor venezolano— y cursó su carrera como un estudiante más, hasta el momento de hacer su tesis de grado.

El excelente trabajo que logró junto a dos compañeros mereció un 20 como calificación y una mención publicación, que consiguió hacerlos participar en el concurso Carlos Eduardo Frías y ganar una beca para estudios en el exterior. Fue así como Marcel viajó a Australia y realizó un postgrado y una maestría en cine en The Victoria College School of the Arts.

En 2005, Rasquin regresó a Venezuela con más que dos títulos en mano: llegó con la idea que lo haría consagrarse como director de cine. El camino hacia Hermano fue duro y él lo sabía, pero nunca desistió. “Hacer la película me cambió la vida. Independientemente del éxito que tuvo, me ha tocado ser vocero y dar la cara. He sido el representante principal de un proyecto que se hizo público y eso ha hecho que me convierta en una figura pública también, cosa que no sé cómo se hace. Más allá de que una u otra persona te reconozca en la calle, te pregunte por la película o se tome una foto contigo, mis pretensiones no han cambiado: yo quiero trabajar”.

Las contradicciones humanas se han convertido en su principal inspiración. Le apasiona poner a los personajes en una circunstancia que, según él, todos evitan en la vida real: tener que elegir. Le interesan la culpa y los celos como argumentos para futuras producciones.

Aunque su filme ha sido premiado con galardones como el de Mejor Película en el Festival Internacional de Cine de Moscú y ha logrado enmarcar su perfecta dentadura en más de una sonrisa, no considera que esto sea el mayor logro de su vida. “Sé que debería decir que Hermano es lo más grande que me ha pasado, pero no es así. Para mí lo más importante es el grupo de gente querida y cercana que tengo a mi alrededor. Es lo que más me llena de alegría la vida. Prakriti, mi familia, Juan y mis demás amigos”, confiesa Rasquin y muestra su lado romántico.

El enamorado

“Marcel entiende la frontera entre amar y poseer, y la respeta”, son las palabras que pronuncia su pareja desde hace tres años, Prakriti Maduro. Su relación comenzó a tiempo. Ni muy temprano ni muy tarde. Todo indica que el destino los juntó en el momento oportuno: un tiempo después de que Rasquin se divorciara de su ex esposa —con la que duró cinco años de casado—, regresara de Australia y consolidara su primer proyecto cinematográfico.

Rasquin confiesa que quedó flechado de Prakriti cuando fue espectador de una obra de teatro en la que ella participó, pero que jamás pensó que hubiese algo más. Al tiempo, cuando él era productor de Ni tan tarde —programa de televisión en el que también conoció a sus amigos Érika de la Vega y Luis Chataing—, Prakriti participó en varios segmentos del espacio y ahí comenzaron a conocerse. Se fueron acercando y la relación surgió.

Hoy, Maduro describe a su pareja como una persona con muchas ganas de vivir y de compartir, que quiere enamorarse y enamorar todos los días. Para ella, también es un ser muy entusiasta, respetuoso y con muy buen humor.

De pequeño a grande

Tras la montura de sus lentes, sus ojos no delatan que es autónomo, perfeccionista, ruidoso y que le gusta bailar. Es amante del rock, de la salsa y sabe tocar batería, otro de sus talentos. Cuando nació, sus padres no solo se impresionaron de que se tratara de un varón, sino de un mal que lo acompañaría por siempre, la agenesia dactilar—ausencia congénita de dedos —. Su mano derecha solo tiene tres y la izquierda cuatro, pero su vida no ha estado determinada por imposibilidades ni complejos.

Aunque considera que rol más importante que desempeña es el de ser auténtico y consecuente consigo mismo, su mayor mérito es no poder diferenciar el trabajo de la diversión. Marcel Rasquin es un caraqueño que hace lo que le gusta y le gusta lo que hace.

Entrevista imaginaria

Entrevista a Pedro Francisco Lizardo, periodista y poeta venezolano

El dueño de las “P”: Pedro, poeta y periodista

Con 80 años recién cumplidos, Pedro Francisco Lizardo ofrece una entrevista que recoge las mejores épocas de su vida en el mundo de la Comunicación Social. Además, recuerda con nostalgia los cargos que ocupó y comenta algunas anécdotas que marcaron su carrera

GRECIA TOUKOUMIDIS

Lunes, 7 de febrero de 2000. 4:30 pm. En Carrizal, una densa niebla opaca la fachada de la residencia de Pedro Francisco Lizardo. El ambiente está muy sereno. Pareciera que quienes viven en esta montaña quieren habitar un mundo diferente. Más tranquilo y más cálido, aunque la temperatura se oponga. Es un escenario perfecto para disfrutar de un buen libro y el Poeta, como es conocido por todo su gremio, así lo sabe. Desde 1963 habita en los Altos Mirandinos, lugar al que describe como un paraíso para leer. Cuando llegó aquí, unas cuantas crisis asmáticas, producto de la humedad, fueron los episodios más críticos de su salud, pero los últimos años lo han castigado con una diabetes que ya casi le quita uno de sus mayores tesoros: la vista.

Papel y tinta

A sus 80 años de edad ya no echa de menos los tabacos que se fumaba a diario en sus años mozos. Su voz se hizo más ronca, pero también más pausada. “Poeta, hable más lento”, era una petición muy común cuando Lizardo daba entrevistas. Experto en el área cultural, en los versos y en las noticias, recuerda la época en que trabajó para el diario La Esfera —entre 1950 y 1956— con especial agrado. “En la etapa de La Esfera, todos éramos ‘toeros’. Hacía economía, política, sucesos. Era un periodismo en el que hacíamos desde un editorial hasta un suelto de crónicas, pasando por información especializada. Fue una buena escuela”.

Su vida periodística se forjó en las páginas de importantes medios y, en un principio, fue rotando de periódicos por su mudanza de Valencia a Caracas. Desde los 16 años de edad, cuando aún vivía en su natal Bejuma —estado Carabobo—, tuvo el privilegio de ocupar las páginas de Fantoches y de la revista PAN —de circulación latinoamericana— con un cuento llamado Malasangre. A partir de ahí, su pluma se afinó en diarios como El Carabobeño, El Cronista, El Índice, La República —en el que se encargó de las páginas literarias—, El Nacional y El Universal. También logró fundar las revistas como el Boletín del Ateneo de Valencia y la Gaceta de Tierra Firme, además de dirigir publicaciones de la talla Imagen y Momento.

Sentado en la sala de su casa con una lucidez que no delata su edad, demuestra que aunque nunca se graduó de periodista, la excelencia fue su bandera. “Cuando salió mi promoción, ‘La promoción golilla’ de la Universidad Central de Venezuela en 1947, yo estaba en Moscú como encargado de negocios de la embajada. Luego, volví a las aulas, pero los profesores me ordenaban abandonar el salón de clases, por ser un ‘periodista profesional hecho’ al que ya no tenían nada que enseñarle”.

Esto no fue impedimento para que cinco años más tarde se convirtiera en el presidente de la Asociación Venezolana de Periodistas (AVP). Lizardo tenía mucha credibilidad y liderazgo. La condición que lo hizo estar entre los seis hermanos que sobrevivieron, de los diecisiete hijos que tuvieron sus padres, quizás fue la misma que lo ayudó a resaltar entre los mejores. El Poeta, definitivamente, disfrutaba la política.

Versos, pantallas y acción

En el ínterin entre la presidencia de la AVP y convertirse en el director de la Televisora Nacional (TVN5) en 1965, Lizardo publicó el poemario Los círculos del hombre (1959). También recibió el Premio Internacional de Poesía “Andrés Eloy Blanco” (1957), el Premio Municipal de Poesía (1959) y en 1960, el Premio Nacional de Literatura. A partir de este momento, el Poeta reconoce que su vida fue más pública.

“Cuando asumí el cargo para dirigir TVN5, se hizo por primera vez en el país un noticiero de una hora que se llamaba ‘Noticia 5’. Hasta ese momento solo se hacían noticieros de un cuarto de hora. Yo diseñé lo que quería: era como poner un periódico en la pantalla”, explica el Poeta, con lo que demostraba que su título de autodidacta lo tenía bien merecido. Estaba orgulloso de su logro, sin abandonar la ecuanimidad que lo caracteriza.

Luego de estar al mando de la planta televisiva durante cuatro años, se dedicó a escribir su libro La Memoria y los días (1976). Algunos de sus versos desnudan su pensamiento: “Hemos perdido el tiempo afilando los dientes/ tratando a dentelladas la esperanza, /mordiéndonos a fondo, / desgarrando y quemando, / violando, en fin, las horas de los otros, / jugando al escondite fraudulentamente con los seres (…) Uno comienza por buscar su afiliación/ y el mundo se lo traga y lo destroza/ alegremente por siempre, alegremente/ convencido”.

— ¿Qué significa para usted este fragmento de su poema?

—Eso es lo que yo pienso: uno vive peleando con la vida y con la muerte que lleva implícita.

Con mucho sentido del humor —al que no renuncia ni siendo un octogenario—, Lizardo explica que ha tenido que ser burócrata por necesidad. “De la poesía nadie puede vivir. Se nace poeta como se nace para santo”. Su constante búsqueda por mantener un equilibrio entre la pluma y los asfixiantes cargos públicos o gremiales, lo llevaron a postularse en la plancha número tres, para la presidencia del Colegio Nacional de Periodistas (CNP) con una firme premisa: “Los periodistas no podían ser el simple instrumento de los propietarios, deben ser, como siempre lo han sido los periodistas venezolanos, una conciencia vigilante, un dedo acusador que haga corregir los errores, un avanzado de la colectividad, dedicado enteramente a su servicio”.

El 10 de junio de 1978, Pedro Francisco Lizardo se convirtió en el presidente del CNP. Uno de los recuerdos que más le produce nostalgia, aunque fuera un adeco por convicción, es la carta de felicitación que le envió el entonces candidato presidencial por el partido Copei, Luis Herrera Campíns. “Tu trayectoria intelectual garantiza apego estricto a la libertad de expresión”, decía el telegrama. También es muy firme cuando garantiza que durante su periodo en el colegio defendió la información como a una hija. “Yo recuerdo que decía: ‘Un mundo sin información y sin libros es un mundo cerrado”.

En cualquiera de sus cargos, la lectura fue el alimento más nutritivo para Lizardo y prácticamente nadie recuerda haber conversado con él sin que trajera a colación alguna referencia bibliográfica. “No discrimino. Leo de todo y disfruto cuando recomiendo libros. Hasta ahora, que se me hace más difícil, leo la prensa todos los días”.

En 1984 la vida de Pedro Francisco Lizardo dio un vuelco. El Poeta se reunió con el ministro Simón Alberto Consalvi en su despacho. La conversación que sostuvieron tenía como objetivo plantearle al Poeta la posibilidad de que volviera al mundo de las pantallas chicas. Esta vez a asumir la presidencia de Venezolana de Televisión (VTV), que tenía una crisis en el rating. Como prueba de su gallardía y sin abandonar su sencillez, Lizardo respondió a la propuesta: “Yo acepto todo lo que me ofrezcan, menos la muerte”. Desde entonces hubo mucho trabajo.

En su rostro de cejas prominentes y blancas como la niebla tras la ventana se leía la melancolía con la que recordaba aquella etapa de su vida. Fue corta, pero dura. Fue exitosa, pero malagradecida. Lizardo prometió a los venezolanos mejorar la programación del canal 8 o poner su cargo a la orden en un periodo de seis meses.

Cuando todo marchaba bien, la telenovela La mujer sin rostro estaba en el aire con récords de sintonía y series como Marco Polo tenían cautivo al público venezolano, un episodio, que no le gusta recordar, manchó su carrera. “Siempre se han transmitido los actos oficiales por el canal 8. En ese momento, y me imagino que ahora también, existía un programa en el departamento de Producción que se cumplía religiosamente. No era necesaria la orden del presidente del canal. Eso de no enviar cámaras el 17 de diciembre al Panteón Nacional, fue una confabulación para sacarme de la dirección de la planta y lo lograron”. El 18 de diciembre de 1984, todos los periódicos titulaban en sus portadas: “Destituidos ministro de Información y presidente de Venezolana de Televisión”.

El año siguiente, Lizardo pasaría a ser asesor literario de la Biblioteca Ayacucho, un cargo que disfrutó por poco tiempo, cuando se le reconoció su importante trayectoria y fue nombrado director de Relaciones Culturales de la Cancillería. Luego, poco a poco, este aguerrido comunicador se fue alejando de la palestra pública.

Paz que vive y aún respira

No se rinde. No deja de los libros. Aun cuando sus ojos ya casi no se lo permiten, trata de disfrutar de su pasatiempo predilecto. Para hacerlo utiliza un aparato que funciona como una lupa; se lo regaló José Ramón Medina que también sufre de diabetes. Esos mismos años que no lo han podido alejar de la lectura, tampoco han logrado que cambie de opinión: sigue considerándose un melancólico. “Todos los poetas somos así. Por eso empezamos escribiendo del amor”.

Su esposa Gisela Fernández siempre ha sido su fiel compañera. Sus hijos Pedro Vicente, médico conocido como Petete, Humberto, diseñador gráfico y el más parecido a su padre, Luis, reconocido pintor, Gisela María, licenciada en Letras, Gustavo, especialista en microscopio electrónico y Mariana, economista, le han dado más de diez nietos, que son los únicos capaces de romper el silencio de biblioteca que se respira en su morada.

Aunque el pasar de los años ha hecho que Lizardo abandone un poco su estilo de bohemio —que no lo hacía ser descuidado ni irresponsable—, su mirada transmite paz. Los genes que su padre —también periodista— le legó fueron más fuertes que la pobreza en la que creció. Una precaria situación en la que tuvo que comenzar a trabajar desde muy niño, vendiendo carbón por kilos en su pueblo natal o como ayudante de un botiquín, en el que se rebuscaba ofreciendo las sobras de las cremas que preparaban, como ungüentos milagrosos para el cutis. Esa pobreza se convirtió en grandeza y aunque su presencia ya casi sea efímera, su legado es fuerte como sus ganas de vivir.

miércoles, 26 de enero de 2011

Copyleft

La licencia permite la libre circulación de los trabajos

Copyleft, no más egoísmo

Los derechos de autor ya no son un tema tabú con la invasión del Internet. Los más conservadores siguen apostando por el Copyright, pero las nuevas generaciones ya tienen una alternativa

En 1970 surgió el Copyleft, una característica de algunas licencias que otorgan permisos de copia, modificación y redistribución a los usuarios de obras y trabajos culturales, artísticos, científicos o cualquier producción creativa.


Una de cláusulas que incluye el copyleft es la imposición de los mismos derechos sobre copias y obras derivadas del trabajo original. Además, quienes apoyan esta alternativa pretenden que exista una mayor libertad a la hora de copiar o elaborar versiones derivadas, que, a su vez, se puedan modificar y redistribuir.

Efecto vírico

Gracias a la particularidad que significa otorgar estos permisos, el copyleft ha adquirido un carácter o efecto vírico —sus principios implican que las normas que rigen este tipo de licencias se transmitan continuamente de un trabajo a otro—, que ha desembocado en que los trabajos con esta licencia no pueden ser unidos legalmente a otros que se distribuyan sin el código fuente.

La palabra "vírico" puede sugerir connotaciones negativas, es por esto que este efecto también se conoce como “hereditario”, porque los tipos de licencias se traspasan del trabajo original al modificado.

miércoles, 19 de enero de 2011

Crónica: "Privatización de la Cantv en 1991"

El día en que resucitó la telefonía venezolana
Una joyita en venta
Los problemas de comunicación que vivió Venezuela en la década de los 80, llegaron a su fin en una  mañana de noviembre de 1991.  A pesar de que la privatización de la Compañía Anónima Nacional Teléfonos de Venezuela (Cantv), sería una decisión que beneficiaría a la sociedad, algunos sectores políticos se opusieron a que el servicio no siguiera en manos del Estado. Sin embargo, el descontento popular terminó por confiar en el capital extranjero
Por Andreyna Rodríguez y Grecia Toukoumidis

Caracas, 16 de noviembre de 1991.
Ring, ring, ring.
Pérez: Aló, estaba esperando su llamada, ¿quién resultó el ganador y bajo qué condiciones?
Móttola: El Consorcio GTE, Presidente. Por un precio que superó nuestras expectativas.
Pérez: Muy bien. Los espero en mi despacho.
***
Solo dos cuadras separaban al auditorio del Banco Central de Venezuela del Palacio de Miraflores, donde se encontraba la oficina principal del Presidente de la República. Allí los esperaba impacientemente. Carlos Andrés Pérez nunca dejó de lado la cordialidad y el respeto por sus funcionarios, aunque lo dominara el nerviosismo propio de una decisión, que marcó el zénit del segundo periodo de su gobierno. El salón de recepción de su despacho fue el escenario de encuentro con los protagonistas del acto: Fernando Martínez Móttola, Roberto Smith, Gerver Torres y Miguel Rodríguez.
Sentados alrededor del Primer Mandatario, los ministros y el presidente de la Cantv, Martínez Móttola, discutieron durante dos horas sobre las implicaciones económicas, el traspaso de las acciones y la revalorización de los bonos que se producirían luego de la privatización de la empresa telefónica, concretado minutos antes en el Banco Central de Venezuela.
Alrededor de las 10:00 am en el piso 24, el auditorio estaba a reventar. El olor a madera que habitualmente inunda la sala ya no se podía percibir entre una muchedumbre de 300 personas. Mujeres y hombres vestidos elegantemente y con celulares en mano, llegaron a tiempo para ocupar las grisáceas butacas y alardear sobre quién los había convidado al acto.
Unos venían invitados por los ministros, otros por Miraflores y los demás eran representantes de los consorcios licitantes.  “¿Cómo hacemos con los gringos que no hablan español?”, preguntaba la encargada de revisar la irrespetada lista de asistentes. Mientras en las inmediaciones del banco la gente seguía intentado entrar, mostrando sus credenciales de trabajo o moviendo sus influencias.
Entre la multitud se escuchó el taconeo. El contoneo de los largos pasos de Irene Sáez, que despistó por un momento la misión de aquellos que querían entrar. Sin mostrar identificación ni dar muchas explicaciones, se abrió el paso para que la ex Miss Universo, quien empezaba a sembrar la semilla de la política, desfilara por el Banco Central y volviera a ser premiada. Esta vez con una de las escasas butacas disponibles de la sala. 
El evento aún no comenzaba. Había transcurrido una hora y media llena de algarabía, barullo y expectativas, cuando el maestro de ceremonia decidió dar inicio. Pidió a los presentes que se ubicaran en sus lugares. Sin embargo, los que no tuvieron tanta suerte se conformaron con invadir los pasillos del salón, haciendo que el trabajo del personal de protocolo fuera más difícil.
Como se si se tratara de un efecto dominó, el silencio se apoderó del recinto. Las miradas del público ya no eran dispersas. Se dirigieron simultáneamente al vacío presídium, para hipnotizarse con el cinetismo de aquel mosaico de madera que decoraba el fondo. El escenario fue tomando vida con la pronta aparición de su primer protagonista. Gerver Torres, presidente del Fondo de Inversiones de Venezuela, con una sonrisa que no podía ocultar, fue el encargado de dar el discurso inaugural.
Con el rostro iluminado y no precisamente por las luces de aquel techo estrellado, Torres vestía un flux oscuro con camisa blanca. Sus cejas hablaban por sí solas y le restaban importancia a su llamativa frente. “Es un privilegio para todos los presentes estar en el acto más trascendente de la vida económica de Venezuela en las últimas décadas”, dijo. De repente una mujer en el público alzó su voz para responderle: “No es para menos. Es la venta de una joya valiosísima y por eso todos estamos aquí”.
El economista continuó con su discurso: “El 80 por ciento de la población está de acuerdo con esta transferencia, la cual se logró a través de la paz laboral”. De pronto se rompió el silencio sepulcral que reinaba en el auditorio, cuando Torres pidió un fuerte aplauso para los que tuvieron la labor de gestar el proceso de privatización.
El momento de abrir los sobres para conocer las ofertas estaba cada vez más cerca. Fueron dos los consorcios participantes en este acto, pues a lo largo del año que duraron todos los trámites para la venta de las acciones, muchas empresas se retiraron por no cumplir con los requisitos exigidos, porque desistieron o porque se aliaron, como es el caso Bell Atlantic con Bell Canada.
Cuando se dio la orden, los licitantes debían acercarse al podio a entregar sus ofertas. Este fue el instante más esperado de la mañana. El público ya no estaba distraído con sus celulares ni había miradas cruzadas. Todos se concentraban en tratar de descifrar con rayos X el contenido de aquellos sobres. La propuesta del consorcio Bell Atlantic fue la primera en entregarse y la suma ofrecida por GTE, la otra sociedad participante, fue la última en conocerse.
Las negociaciones internas, que se realizaron desde diciembre de 1990, fijaron como precio base de la Cantv un monto de 2.147 millones de dólares. El porcentaje de las acciones que se pondrían en venta para su privatización, estaba valorado en 888 millones de dólares. El primer sobre, recibido por la notario público Miriam Pérez Quintero, contenía una atractiva oferta. El consorcio Bell Atlantic ofreció 1.407 millones de dólares por el 40% de las acciones acordadas. Al anunciar la exorbitante cantidad, el público se estremeció, dando por sentado que el trato estaba cerrado.
Los representantes de GTE eran los únicos que sabían que esto no quedaría así. Con incredulidad se abrió la segunda oferta. Nadie esperaba que esta propuesta fuera 478 veces más jugosa. Fue de 1.885 millones de dólares la suma que convirtió a GTE en ganadora del proceso de licitación. Luego de anunciar la oferta definitiva, cundió el pandemónium en el auditorio, donde la perfecta arquitectura permitió que la acústica hiciera vibrar la sala.
En el podio, Gerver Torres, presidente del Fondo de Inversiones de Venezuela y el resto de los protagonistas: Roberto Smith, ministro de Transporte y Comunicaciones, Miguel Rodríguez, ministro de Planificación y Fernando Martínez Móttola, presidente de la Cantv, contagiados por las secuencias de abrazos del público, se unieron a la celebración llenos de júbilo y satisfacción. Transcurrieron 20 minutos para recobrar la calma y proseguir con el discurso del Martínez Móttola.
Con una elegancia suprema en su atuendo y unos lentes correctivos Ray Ban, Martínez tomó la palabra: “Qué dirán ahora los que afirmaron que la Cantv se iba a vender a precio de gallina flaca; qué dirán ahora quienes afirmaban que el resultado ya tenía nombre y apellido. Esto fue un proceso limpio y un paso fundamental para la transformación de las telecomunicaciones”, dijo. Sus palabras también recordaron la ineficiencia del servicio de la compañía y la falta de capital para invertir en la tecnología necesaria que pudiera cubrir la demanda de los usuarios.
El final de la intervención de Martínez Móttola coincidió con el momento en el que los diputados de la Causa R, Pablo Medina, Aristóbulo Istúriz y Carlos Azpúrua irrumpieron en el auditorio, luego de haber penetrado en las instalaciones del Banco Central, burlando la incorruptible seguridad del lugar. La intención de los congresistas era hacer público un manifiesto en el que, según ellos, la privatización era un proceso que violaba la Constitución de 1961.
En el intento fallido de los diputados por llegar a los micrófonos, los ánimos del público se fueron caldeando y al unísono coreaban: “Fuera, fuera, fuera”, mientras Pablo Medina pronunciaba un fugaz discurso opacado por el abucheo colectivo. “Nosotros estamos iniciando acciones a los efectos de que se declare este acto como un ilícito constitucional. Pedimos también que se sancione a quienes vendieron este patrimonio de la República”, predicaba. Roberto Smith, haciendo uso de sus cualidades de líder estudiantil, aclamó a todo pulmón: “Concluido el acto”.
Los vigilantes del Banco Central de Venezuela y funcionarios del Fondo de Inversiones de Venezuela fueron los encargados de agarrar a los congresistas y hacerlos abandonar el auditorio a la fuerza. Entre tanto, aún con el eco del público gritando: “Fuera, fuera”,  Fernando Martínez Móttola, acompañado de los ministros, salió airoso de la sala con la premura de discar la línea directa que lo comunicaría con Carlos Andrés Pérez en Miraflores.