Marcel Rasquin, director de Hermano |
GRECIA TOUKOUMIDIS
Marcel Alberto Rasquin Michelena —34 años de edad— es el director del largometraje venezolano Hermano. También es un caraqueño de cabello encrespado que debe su fama al talento que ha cultivado y a la crianza que recibió en su casa. Es un soñador con los pies en la tierra, independiente y dice ser sensato como su madre. Ama la lectura, delira por las películas y admira a su pareja, la actriz Prakriti Maduro.
Su mamá, Gladys Michelena, lo define como una persona reservada y discreta. Su novia, como un ser generoso con su corazón. Y su mejor amigo y productor de Hermano, Juan Antonio Díaz dice que es muy creativo. Aunque la verdad es que Rasquin nació para ser artista, antes que para todo lo demás. “Ahora que lo veo en retrospectiva me doy cuenta que nací para esto. Mi familia materna está plagada de músicos, pintores, poetas y escritores. Los cuentos que yo leía cuando era pequeño eran sobre la vida de Picasso, de Miró y me leí El Quijote completo con mi papá antes de dormir”, recuerda con nostalgia.
Sus primeros años de vida no fueron comunes. Rasquin tardó en romper el cascarón luego de que su madre decidiera inaugurar un maternal en su propia casa para, quizás, hacer un experimento más relacionado con su profesión que con su rol de mamá: es psicoanalista y fundó la guardería para romper con el paradigma de que los niños lloran cuando van al colegio. Allí transcurrió parte de la infancia del cineasta, rodeado de familiares y siendo el predilecto en la comodidad de su hogar. También compartió con todo tipo de mascotas exóticas, que hoy en día añora con mucha gracia. “Cuando vivía en Las Palmas, tuve un pavo real y una cochina. Esa fue una parte divertida de mi niñez”.
Aunque no tuvo hermanos y sus padres se divorciaron cuando era pequeño, no fue un niño solitario. Además de los compañeros del maternal y sus primos, tíos y abuelos que merodeaban por la casa a toda hora, su papá, Carlos Rasquin, se encargó de darle días llenos de aventuras. “Yo fui el hijo del Tío Carlucho. Mi papá nos llevaba a mis primos y a mí de excursión por una semana y eran experiencias inolvidables. Disfrutábamos un montón acampando, jugando, cantando. Ese espíritu no lo he abandonado y aún hago ese tipo de viajes”.
Más de 35 milímetros
La vida de Marcel Rasquin no es una película. Es la de un mortal que triunfó y que se dio a conocer gracias a la perseverancia. “Marcel es una persona que logra todo lo que se propone y que tiene una habilidad grandiosa para comunicarse”, cuenta su mejor amigo cuando intenta definirlo.
Desde muy pequeño supo lo que quería: el cine. Primero, lo tomó como un hobbie, pero poco a poco fue entendiendo que se trataba de un estilo de vida. Además, los trabajos de directores como Quentin Tarantino, al que le debe su película preferida Pulp Fiction, y el poder de comunicación que fue identificando en el séptimo arte, lo cautivaron.
A los dos años de edad su vida cambió. No tiene recuerdos muy vívidos del momento, pero asegura que durante ese episodio supo que el cine significaba algo más para él. Una tarde, su padre llegó a la casa con La guerra de las galaxias y transformó la sala en un lugar ideal para disfrutar una película: un proyector de ocho milímetros, un sofá, cortinas cerradas y silencio. Empezó a rodar la cinta y el asombro se apoderó de Rasquin. “Mi familia me cuenta que mi cara era un poema. Cuando apareció el villano —Darth Vader— yo ‘me cague’, pero no podía apartar mi vista de la pantalla. Eso me hizo experimentar el impacto del cine”.
De allí de adelante las películas fueron su pasión. “Las coleccionaba, me las sabía de memoria, las recitaba como un loro, hasta que me sinceré y dije que sería cineasta”. Su madre no conocía esta versión: “Cuando se acercaba la época en la que Marcel tenía que decidir a qué se iba a dedicar, nos dijo que sería médico. Su papá —doctor— y yo nos contentamos muchísimo, pero un día él llegó pegando gritos y diciendo que era muy afortunado por quedar en la carrera que quería estudiar y en la universidad que le gustaba. Yo pensé que se refería a Medicina en la Vargas, pero él me salió con que Comunicación Social en la Católica. La verdad es que me impresioné muchísimo, pero lo apoyé”.
Del campus al set
Luego de graduarse de bachiller en el colegio Santiago de León de Caracas, Rasquin emprendió el camino que lo llevaría a ser un exitoso comunicador social. En la Universidad Católica Andrés Bello (UCAB) conoció a sus fieles amigos Juan Antonio Díaz y Edgar Ramírez —actor venezolano— y cursó su carrera como un estudiante más, hasta el momento de hacer su tesis de grado.
El excelente trabajo que logró junto a dos compañeros mereció un 20 como calificación y una mención publicación, que consiguió hacerlos participar en el concurso Carlos Eduardo Frías y ganar una beca para estudios en el exterior. Fue así como Marcel viajó a Australia y realizó un postgrado y una maestría en cine en The Victoria College School of the Arts.
En 2005, Rasquin regresó a Venezuela con más que dos títulos en mano: llegó con la idea que lo haría consagrarse como director de cine. El camino hacia Hermano fue duro y él lo sabía, pero nunca desistió. “Hacer la película me cambió la vida. Independientemente del éxito que tuvo, me ha tocado ser vocero y dar la cara. He sido el representante principal de un proyecto que se hizo público y eso ha hecho que me convierta en una figura pública también, cosa que no sé cómo se hace. Más allá de que una u otra persona te reconozca en la calle, te pregunte por la película o se tome una foto contigo, mis pretensiones no han cambiado: yo quiero trabajar”.
Las contradicciones humanas se han convertido en su principal inspiración. Le apasiona poner a los personajes en una circunstancia que, según él, todos evitan en la vida real: tener que elegir. Le interesan la culpa y los celos como argumentos para futuras producciones.
Aunque su filme ha sido premiado con galardones como el de Mejor Película en el Festival Internacional de Cine de Moscú y ha logrado enmarcar su perfecta dentadura en más de una sonrisa, no considera que esto sea el mayor logro de su vida. “Sé que debería decir que Hermano es lo más grande que me ha pasado, pero no es así. Para mí lo más importante es el grupo de gente querida y cercana que tengo a mi alrededor. Es lo que más me llena de alegría la vida. Prakriti, mi familia, Juan y mis demás amigos”, confiesa Rasquin y muestra su lado romántico.
El enamorado
Rasquin confiesa que quedó flechado de Prakriti cuando fue espectador de una obra de teatro en la que ella participó, pero que jamás pensó que hubiese algo más. Al tiempo, cuando él era productor de Ni tan tarde —programa de televisión en el que también conoció a sus amigos Érika de la Vega y Luis Chataing—, Prakriti participó en varios segmentos del espacio y ahí comenzaron a conocerse. Se fueron acercando y la relación surgió.
Hoy, Maduro describe a su pareja como una persona con muchas ganas de vivir y de compartir, que quiere enamorarse y enamorar todos los días. Para ella, también es un ser muy entusiasta, respetuoso y con muy buen humor.
De pequeño a grande
Tras la montura de sus lentes, sus ojos no delatan que es autónomo, perfeccionista, ruidoso y que le gusta bailar. Es amante del rock, de la salsa y sabe tocar batería, otro de sus talentos. Cuando nació, sus padres no solo se impresionaron de que se tratara de un varón, sino de un mal que lo acompañaría por siempre, la agenesia dactilar—ausencia congénita de dedos —. Su mano derecha solo tiene tres y la izquierda cuatro, pero su vida no ha estado determinada por imposibilidades ni complejos.